El atardecer se aproximaba, mi reloj indicaba las 5:37
p.m., y él disfrutaba acostado al lado de un árbol del parque. Se veía tan cómodo, tan relajado, mientras que yo desesperado,
enojado, incluso estresado, sentado en una banca con mi laptop, trataba de terminar ¡TODO! el
trabajo que tenía.
Yo soy una persona muy ocupada, irritante e impaciente.
Bueno, eso era antes de conocer a mi buen amigo Lobo. Lobo es mi perro de cinco años de edad, y desde que
me hice su amigo todo ha sido más fácil para mí… Bueno, les voy a contar mi historia, y cómo encontré a Lobo:
Estaba yo en mi oficina con un montón de papeles, tantos
que lo único que podía ver eran más papeles. Hacía calor, mucho calor, mi ventilador se había descompuesto y yo no sabía por
dónde empezar. Ya me había desesperado de tanto trabajar y no veía venir cuándo acabaría. Mi hora de salida llegó, pero era
tanto mi trabajo que decidí llevarme parte de él a casa.
En mi casa me hallaba, y como lo mencioné hacía mucho
calor. Para colmo, tampoco funcionaban mis aparatos de ventilación, así que me fui al parque y me senté bajo la sombra de
un gran árbol, donde la brisa era exquisita.
Empecé mi trabajo en el parque, y de pronto ¡puf!: lo
vi, acostado bajo el árbol, sin preocupaciones ni apuros. Aquí fue donde comenzó mi historia, ¿lo recuerdan? Bueno, el punto
es que lo observé por un rato, y lo veía y lo veía y lo veía y lo veía y lo veía y lo veía… hasta que me quedé dormido.
Cuando desperté estaba con energías y ánimos, me sentía bien; de hecho, me atrevo a decir que nunca me había sentido mejor.
Volteé hacia el árbol para ver si el perro seguía ahí, pero no, ya se había ido.
Al día siguiente volví al parque, para ver si el can había
regresado. Efectivamente, ahí estaba. Como el parque se encontraba muy cerca de mi casa, decidí llevármelo para que me hiciera
compañía.
Lo llevé al veterinario, lo bañé, le di comida, lo eduqué
y lo entrené. ¡Ah!, claro, también lo nombré Lobo. Me encariñé con él, tanto que lo primero que hacía después del
trabajo era correr a casa y jugar con él. Siempre estaba tan relajado y descansado.
El pensar en él cuando estaba en mi trabajo me hacía olvidar
todos mis enojos, mis preocupaciones, etcétera. Sólo pensaba en terminar rápido e ir corriendo a casa.
Bueno, fue así como Lobo, mi cachorro, me ha
ayudado a ser una persona más feliz.