Escucho
las palabras tuertas de una mujer sin boca,
los
sonidos que un sordo no tiene idea de lo que se escucha,
no
llores, que los ojos se pueden salir,
unas
venas rellenas de odio puro que controlan lo que yo no;
me
hacen imaginar la desnudez de algo sin sentido.
Ella
recorre las calles mostrando su cuerpo de cisne y aullando a la luna llena,
con
el dolor del hambre en su interior,
pobres
de aquellos que miran solamente por mirar,
que
huelen por oler, que viven por vivir,
que
no saben que al olvidar sus pensamientos
reciben
una muerte instantánea y ruin.
La
tristeza, el odio, el rencor,
las
calles de mi habitación,
y
la cara de la gente que no refleja nada,
ellos
huelen a llanto por tanto penar.
Aplauden
los movimientos telúricos del suelo,
porque
eso las hace bailar,
moviendo
cada uno de sus putrefactos huesos,
las
huellas de su aliento no me dejan respirar,
y
los pasos de tu voz no me dejan caminar.
Pero
si nadie dice nada,
y
nadie grita algo,
¿por
qué escucho tanto ruido?
Cierra
los ojos y siéntelo, siéntelo todo.
El
tiempo, el tiempo, el tiempo,
he
descubierto que ése es el problema de todas las cosas.